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Blog de Ciencias Sociales y Humanidades

El lenguaje como el lugar de la realidad

Yo tengo una palabra en la garganta
y no la suelto, y no me libro de ella
aunque me empuja su empellón de sangre.
Si la soltase, quema el pasto vivo,
sangra al cordero, hace caer al pájaro.

Gabriela Mistral, Una palabra

 

Por: Graciela Franco Martínez, decana de la Facultad de Ciencias Sociales y Humanidades de la UTB. 

 

En uno de los textos clásicos de la Hermenéutica, El mundo histórico, el filósofo alemán Wilhelm Dilthey sostuvo que “toda manifestación de vida posee un significado en cuanto que, como signo, expresa algo y como expresión nos remite a algo que pertenece a la vida. La vida misma no significa otra cosa fuera de ella”. En esta afirmación queda declarado que todo lo que es, es signo y, por tanto, comunica. Una interpretación tan completa remite a la riqueza del lenguaje en general y el lenguaje humano en particular, como un sistema de signos lingüísticos.

La complejidad del fenómeno del lenguaje humano ha sido ampliamente estudiada por la filosofía, que ha analizado con especial interés la naturaleza de los signos, así como el alcance de estos en la construcción de la identidad y de la subjetividad. A menudo se repite que el lenguaje crea la realidad, pero sería más preciso entender el lenguaje como formas de representación de la realidad. Cada idioma ofrece una manera distinta de comprender el mundo e ineludiblemente cuenta con las palabras que necesita para hacerlo. Cuando falten palabras, la comunidad de hablantes se encargará de construir o adoptar las requeridas, porque será la única manera de aprehender la realidad. De esto se desprende que las palabras no sólo refieren a la realidad, sino que la realidad vive en ellas.

La lingüística es la disciplina que, por excelencia, se ocupa de los significados, las estructuras y las formas, así como de todo lo que implica la acción misma de hablar -o dejar de hablar- en medio de las relaciones entre los seres humanos. La teoría de los actos de habla, propuesta por John Searle (1969), involucra en los estudios del lenguaje incluso las acciones que se realizan con su sola enunciación, como una promesa o una amenaza. También en el habla está la espera de la reacción o la respuesta. El idioma no se reduce a un medio o herramienta, es el lugar en el que habita la realidad y se dan también en él, y no a través de él, las relaciones de poder.

 

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Las palabras hieren, alivian, satisfacen o incomodan; en ocasiones atormentan, como la palabra no pronunciada del poema de Mistral. Pero las palabras no tendrían su fuerza si no llevaran aparejada la realidad a la que refieren, y esta impone siempre a los hablantes la necesidad de los vocablos requeridos para nombrarla. Los idiomas nombran lo que necesitan nombrar, que es lo que los habita. No hay un idioma más rico que otro, todas las lenguas hablan la realidad que viven, porque todo lo que es encuentra lenguaje en el que habitar.

 

Los modos del lenguaje

 

El lenguaje tiene modos particulares de ser habitado y cada uno de ellos enriquece la experiencia del mundo.

Dialectos o variantes dialectales

Existen modos de habla determinados por la ubicación geográfica, son los llamados dialectos o variantes dialectales de una lengua. El error de llamar dialecto a un idioma de pocos hablantes conlleva un desdén colonialista hacia las culturas no hegemónicas.

 

Sociolectos

Los dialectos son las variantes regionales de una lengua; pero si se estudia el idioma desde su especificidad social, se podrían identificar sociolectos, que son las formas idiomáticas particulares de un grupo social.

 

Idiolectos

Si se lleva a la subjetividad construida en el lenguaje, se pueden identificar idiolectos, que son los usos de un determinado individuo y que llevarían a sospechar, por ejemplo, que un determinado texto no parece ser escrito por una persona en especial, pues no parecen sus palabras.

 

Vaciado de la realidad que lo habita el lenguaje pierde todo el poder. El idioma se instrumentaliza y las palabras dejan de tener sentido, se vacían de contenido o encubren una imposición. Con sólo dejar de hablar de racismo no desaparecen las prácticas racistas. Así como tampoco con cambiar el nombre a las cosas cambia su esencia. La realidad impone siempre a los hablantes las palabras requeridas para nombrarla. Estudiar las palabras que van conformando un idioma es estudiar las interacciones sociales y estructuras de poder dentro de una determinada comunidad. Roland Barthes insistía en que “la crítica no necesita juzgar: le basta hablar del lenguaje, en vez de servirse de él”.

En el arte que se teje con palabras, el poeta Mario Benedetti clama por el vínculo entre la realidad y el idioma que la nombra:

“No me gaste las palabras
no cambie el significado
mire que lo que yo quiero
lo tengo bastante claro

si usted habla de progreso
nada más que por hablar
mire que todos sabemos
que adelante no es atrás”.

Interviene así para recordar que se encuentra en la conciencia de los hablantes la salvaguarda frente a la instrumentalización del lenguaje y el vaciamiento de sentidos. Si no existe esa conciencia se reduciría el idioma a un simple vehículo del poder.

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