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Premios de consuelo

Muchas personas suelen pensar que el dinero puede comprar la felicidad, y debo confesar que durante un tiempo también lo creí. Podía jurar que, al finalizar un mal día, comprar algo que me gustara podría hacerme sentir mejor, como si adquiriera un pedacito de alegría. Sin embargo, con el tiempo descubrí que solo estaba ignorando una verdad dolorosa: emociones no resueltas.

Mi nombre es Nancy, tengo 22 años y esta es la historia de cómo terminé acumulando deudas y objetos innecesarios en mi hogar, en el afán de llenar un vacío emocional.

Todo comenzó hace unos seis meses, cuando mi pareja, con la que llevaba casi cinco años, decidió terminar la relación. Ese día sentí que mi mundo se derrumbaba. Durante semanas tuve noches de insomnio y casi no comía. Solo me dediqué a seguir una rutina en la que despertaba, iba a trabajar, volvía a casa y lloraba hasta quedarme dormida. Me aislé, le mentí a mis amigas diciéndoles que estaba bien y ponía excusas para cada salida que me proponían, porque no quería hablar de la ruptura.

Una tarde, mientras paseaba por un centro comercial entré a una tienda de ropa y compré una blusa muy bonita. No era costosa y, al usarla, me sentí feliz. Recuerdo que al verme al espejo pensé “Me lo merezco porque he sufrido mucho últimamente”

Al día siguiente entré a una librería y compré varios libros que siempre había querido pensando que eso me haría sentir mejor. Luego vinieron los zapatos, el maquillaje, compras en línea de papelería, más ropa, accesorios y cosas para el hogar.

Lo que inició como “Premios de consuelo” terminó en un acaparamiento de cosas innecesarias que me daban una satisfacción y alivio momentáneo, pero que, después de unos minutos, se convertía en soledad y tristeza nuevamente. Sin darme cuenta, abrir aplicaciones de compra en mi celular cada noche y elegir lo primero que me gustara se había convertido en parte de mi rutina… y las consecuencias no tardaron en llegar.

Cuatro meses después llegó el golpe final: al no poder cubrir un pago recibí una llamada del banco. Mi tarjeta de crédito estaba al tope. Ya era imposible ignorar los correos del banco, las facturas de los servicios acumuladas sobre la mesa y mi cuenta en cero.

Me derrumbé. Vi mi sala llena de cajas y bolsas repletas de ropa, maquillaje y accesorios que jamás usé; libros que nunca leí y cosas para el hogar que seguían en sus empaques. Fue irónico ver mi sala llena y, aun así, sentirme tan vacía.

El arrepentimiento de haber malgastado mi dinero empezó a consumirme. Me odiaba por no haberlo invertido en cosas que valieran la pena, como buscar ayuda psicológica o, al menos, salir con mis amigas.

Esa noche llamé a Camila, mi mejor amiga. Le conté todo: la ruptura, las compras, las deudas. Por primera vez, después de mucho tiempo, decidí abrir mi corazón en vez de una aplicación de compras. Recuerdo lo avergonzada que me sentí por haber llegado a ese punto, y las palabras que Cami me dijo mientras sollozaba entre sus brazos:

– Nani, no hay de qué avergonzarse. No te estoy juzgando, solo quiero que sepas que no estás sola y que vamos a ponerle orden a todo esto, lo importante es que te diste cuenta de tu error y podemos solucionarlo. Así que déjalo salir todo… Aquí estoy.

Después de ese día, las cosas fueron mejorando poco a poco. Cami me explicó cómo organizar mis finanzas. Mi ingreso mensual fue destinado primero a cubrir mis necesidades básicas, luego al pago de mis deudas, y por último a pequeños gustos planeados.

Al principio fue un desafío enorme renunciar a las compras compulsivas, puesto que eso significó enfrentar emociones que había reprimido por mucho tiempo. Sin embargo, con el paso de los días comprendí que la verdadera felicidad no proviene de placeres efímeros. El dinero, por sí solo, no compra la felicidad, pero aprender a manejarlo con conciencia me acerca a ella.

Hoy, aunque aún sigo pagando deudas, he logrado recomponer mi salud financiera y me siento orgullosa de disfrutar un bienestar que, si bien no cura todos mis males, me brinda paz, esperanza y la certeza de estar construyendo un futuro más estable.

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