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Lucila: Una luz que no se dejó apagar

Créditos
Brenda Navas y Neider Cabarcas, estudiantes del programa Comunicación Social de la UTB.
Lucila Yepes dando una conferencia como coach // Foto: cortesía.
Lucila Yepes dando una conferencia como coach // Foto: cortesía.

Dos etapas de su vida se vieron conectadas por un mismo hecho, su niñez y los inicios de su adolescencia los vivió siendo víctima de una violación que se perpetuó en su vida durante seis años. Lucila, que hasta los ocho años era una niña gentil, alegre, extrovertida y amorosa, se convirtió en una niña insegura, con una identidad fracturada y quebrada.

Nacida en Barranquilla – Colombia, registrada en San Jacinto Bolívar y criada en Cartagena De Indias; de ojos rasgados, piel trigueña, sonrisa tierna y una separación en sus dos dientes incisivos superiores. Lucila Yepes vivió sus primeros seis años de vida al lado de su papá y su madrastra en Barranquilla. Su madrastra, una mujer que la maltrataba física y psicológicamente a escondidas de su esposo. Su papá, un hombre amoroso y bueno con su hija, pero ausente, al punto de desconocer como su hija era violentada, humillada y excluida por su mujer. 

“Ella me ponía a lavar ropa, platos y hacerle aseo a toda la casa, mientras que su hija no hacía nada, lo peor es que ella tenía doce años, yo tenía seis. Una vez me cansé de tanto abuso y le dije que mandara a su hija también, que no hacía nada; ella me pegó con un cable en la espalda, me dejó la marca” -señaló Lucila, mientras toma un sorbo de café y mira hacia los árboles de alrededor- 

Esos episodios de maltrato fueron la primera herida que marcó la vida de Lucy, a su corta edad, ya supo lo que era el dolor físico y emocional.

 Un año después, su mamá la fue a buscar a Barranquilla para tenerla cerca, y que su hija creciera junto a ella; la llevó a Cartagena, a casa de Carmen, una amiga muy cercana a la familia, y quien estaba criando a la hermana menor de Lucy.

“En casa de mami Carmen había mucho amor, ahí por primera vez experimenté lo que es tener una familia, un hogar” -afirmó-  

Lucila Yepes entrevistada por Brenda Navas. // Foto: Neider Cabarcas.

Un año después, la madre de Lucy la fue a recoger a donde Carmen, para llevarla a vivir con ella, sus demás hijos y su marido. Aproximadamente a los cuatro meses de vivir todos juntos, se van de casa los tres hermanos mayores de Lucy, situación que ella en ese momento no entendió, tiempo después, comprendió que fue porque sus hermanos no soportaban ver como su mamá era manipulada y maltratada por su pareja; un hombre machista y abusivo. Luego de irse sus hermanos mayores de casa, la madre de Lucila decidió mudarse con su marido, y sus dos hijas menores. Esta situación Lucy la resalta como la antesala a su abuso sexual, con la partida de sus hermanos, quienes en caso tal de que una situación así se presentara, al ser conscientes, seguramente hubiesen evitado que ocurriera; pero, con su salida de casa, Lucy quedaría expuesta.

Una noche en la que su madre y su padrastro estaban tomados, su padrastro la va a buscar y la lleva en sus brazos a su habitación, en la cama se encontraba su mamá, ella, una niña de hasta ese momento ocho años, presenció cómo su madre y su pareja sostenían relaciones sexuales. “Mira lo que estoy permitiendo, espero que nunca más lo hagas” -le dijo la madre a su marido- . Luego su padrastro lleva a Lucy hasta la cama, la recuesta y estando acostada empieza a tocar su vagina, desde ese momento hasta sus catorce años, Lucila fue víctima de abuso sexual, encuentros en los que su madre prestaba a su hija para la satisfacción sexual de su pareja, como aquel pescador que selecciona el anzuelo y carnada para los peces, bajo la esperanza de así poder mantener a aquel hombre a su lado; de aquellos momentos queda el recuerdo de la presencia y ausencia de su madre, y de cómo el abuso fue progresivamente peor, pues pasó de tocamientos a penetración.

Los momentos posteriores al abuso estuvieron llenos de dolor y dudas al respecto de todo lo que había pasado, cierta parte de la niña que era, murió, y se quedó en aquel momento. Hubo pedazos de esa niña que se perdieron permanentemente, y con los días, llegó a ella el sentimiento de rabia en contra de su madre y padrastro, simultáneamente se empezó a gestar dentro de ella la soledad.

Cuando Lucila llegó a los once años su madre se sentó con ella a tener una conversación respecto a esta situación con su padrastro, en la que pidió disculpas por todo lo que estaba pasando, dejó claro que no iba a seguir participando de aquellos abusos y le dijo que nunca más iba a volver a pasar por una situación así. Lejos de genuino arrepentimiento o de una manifestación de amor maternal, en aquella conversación además de pedir disculpas, su madre se acercó para que en el eventual caso que su hija decidiera contar todo lo que le estaba pasando, quedara este momento como una especie de reflejo de una buena voluntad de su parte. 

A sus catorce años, se mudaron Lucy y su familia para Turbaco Bolívar; allí, ella más grande, siendo una adolescente. Cuando vivían ahí, su padrastro empezó a ser más cariñoso y celoso con ella, como si de cierta manera le perteneciera, empezó a cuidar de sus interacciones con otros hombres.

“El cómo que se enamoró de mí, lo veía más delicado conmigo, me hablaba con suavidad, trataba como de agradarme. Tampoco podía ver que un hombre me halagara, le daba rabia y me regañaba; eso me resultaba incómodo y molesto” -señala Lucila mientras frota sus manos y entrelaza sus dedos con una expresión de disgusto- 

Una mañana cualquiera, Lucila se levantó alrededor de las 5:00 am con una discusión llena de gritos y malas palabras, en la que su padrastro le decía a su madre que Lucy y su hermana menor eran unas regaladas, que le coqueteaban al hombre que se les cruzara, comentario que la mamá de Lucy creyó y fue motivo para ir a reclamarle a su hija de catorce años por “regalada”. Lucila, hastiada por la situación, le responde al reproche de su madre: “claro, tú solo le crees a él, todo lo que te dice se lo crees; es más, si te tocara elegir entre él y yo, lo elegirías a él”; la respuesta de su madre fue darle una cachetada. 

Posterior a esa discusión, Lucy decide irse de casa, con $2.000 pesos en el bolsillo, tomó un bus y emprendió su escape desde Turbaco hasta Cartagena, a cualquier lugar que no fuera su casa.

Lucila llegó a Cartagena, se bajó en la bomba del amparo, y de ahí caminó hasta el barrio Boston… con sus pies hinchados; los ojos llenos de lágrimas, ganas de morir, su fiel sentimiento de soledad y su paso cansado por caminar durante más de dos horas bajo el sol de Cartagena, acompañada de su sombra y la de su abusador. Llegó a la casa de un amigo, buscando descansar sus pies y un vaso con agua. Ahí se quedó varias horas, hablando con su amigo y la familia de él, ellos, finalmente, le dieron posada esa noche. Al día siguiente, Lucy decidió llamar a su mamá para decirle donde estaba. Llamada a la que su madre responde con reproches, preguntando dónde estaba y exigiendo que regresara a casa; a lo que Lucy solo respondió: “sí, yo volveré, cálmate”. Al volver a casa, Lucy se encuentra con sus dos hermanos mayores: Yulieth y Rafael, quienes la convencieron de irse los tres a hablar en privado, con la intención de conocer lo que le pasaba a Lucila; ella no dio respuesta, sin embargo, su hermano la convenció de salir de esa casa donde vivía e irse a vivir con él a Cartagena, estudiar y llevar una vida tranquila.

Se va a vivir con su hermano y una vez experimentando su nueva vida, el recuerdo de su pasado le impedía caminar. Se hicieron manifiestas sus heridas cuando veía a su padrastro en cualquier hombre al azar, determinados gestos y maneras, revivían en ella el sinfín de veces en las que ese hombre la quebró. Cansada un día de tanto dolor, reunió la valentía y la determinación para poder contarle todo a su hermano, luego de contar su historia, Rafael “con la cara roja y llorando” posiblemente de la impotencia y del dolor, llamó a su hermana mayor, Yulieth, quien en cuestión de minutos llegó al lugar donde Lucy y Rafael estaban; Yulieth llega, abraza a su hermana con fuerza, y le dice “todo va a estar bien”, luego, con firmeza, exclama: “esto es un delito, hay que denunciar, por más que duela, ambos deben pagar”. 

Después de eso, se tomaron todas las acciones legales; denuncias, toma de pruebas, testimonios y demás; hasta que finalmente, la madre de Lucila y su marido, fueron condenados a dieciséis años de prisión. 

 

Con su madre y su abusador en prisión, Lucy se sentía contrariada, por un lado, la sensación de paz de que ya no habría nadie que le hiciera daño, pero, por otro lado; pensamientos de tristeza, dolor y culpa al tener a su mamá presa. Cuando Lucila retoma sus estudios en Cartagena, sale a la luz el delito del que fue víctima; todos los medios de comunicación locales hablaban sobre el caso de la niña que violaron con consentimiento de su mamá. Lucy sentía vergüenza y vivía cabizbaja, pues era el foco de atención en su entorno. Los profesores al darse cuenta de que ella era la niña vulnerada del caso, la remitieron a una red de apoyo psicológico, donde recibió terapia y acompañamiento profesional para iniciar un camino de restauración.

“En terapia me ayudaron mucho, trabajaron conmigo temas de inseguridad y cómo aprender a relacionarme con el sexo opuesto sin sentir miedo o pánico; me hablaban hasta de cómo actuar cuando tuviera un novio” -señala Lucy, mientras sonríe y mira hacia abajo-

Con el pasar de los años Lucila se fue convirtiendo en una joven visionaria y trabajadora, estudiaba de lunes a viernes en el colegio y los sábados tomaba clases en una academia de belleza, allí descubrió su pasión por la peluquería. A los dieciséis años empezó a trabajar, fue adquiriendo práctica e incursionando como peluquera, al graduarse de bachillerato, le dijo a sus hermanos mayores que ella quería ser estilista. “Ellos querían que yo estudiara una carrera profesional, así que al principio no estuvieron de acuerdo. Sin embargo, yo ya tenía clara mi meta, yo sería estilista y dueña de una peluquería grande y hermosa; y así lo cumplí”-afirmó mientras asentía con su cabeza-

Para lograr su sueño, Lucila estudió mucho sobre la belleza y el mundo de la peluquería, iba trabajando y formándose; al cabo de unos cinco años, cuando tenía veintiuno; quedó embarazada, y al año siguiente, se casó con el papá de su hija. “Tener a Luciana nunca fue impedimento para yo seguir trabajando, si bien se retrasaron algunas cosas en mi vida, ahí no murió el sueño de tener un salón de belleza, al contrario, ese fue el impulso para alcanzarlo” -señaló- 

Posterior a eso, a los veinticuatro años de edad, Lucy abre su salón de belleza, tal como lo soñaba y lo había trabajado; y le puso por nombre: Lucila Yepes Peluquería. En ese lugar pudo crecer como profesional y cumplir otro sueño: abrir su propia academia de belleza.

“Cuando dejé de estudiar la belleza, me di cuenta que siempre quedaban lagunas, porque todos los temas te los daban por módulos, entonces no había algo completo donde recibieras toda la información junta y detallada; por eso me gustó la idea de abrir una academia donde yo ofreciera todos los temas de forma completa, ya que estaría ayudando a que otras chicas que quieran aprender este mismo arte, lo hagan de forma integral” -agregó- 

Lucila Yepes dictando clases en su academia de belleza. // Foto: Brenda Navas.

Durante esa etapa de joven adulta, mamá, y peluquera; Lucy no sólo embellecía a sus clientas a través de su arte, también promovía el crecimiento personal de sus alumnas, capacitándolas como estilistas y ayudándoles a sanar como mujeres; Lucila entendió que lo que vivió no es motivo de lástima sino objeto de inspiración, para que los demás sepan que se puede salir adelante aún en medio del dolor; y la academia era el escenario perfecto para poner en práctica su vocación de estilista y líder, edificando a otros a través de su experiencia. “Yo pude caminar y salir de ahí, porque siempre me repetía: no quiero que me tengan lástima, si en algún momento conocen mi historia, que sea para inspirar, no como víctima. Quiero seguir creciendo, educándome, y ayudar a otras mujeres que quieran avanzar y hayan sufrido lo mismo que yo, para empoderarlas y juntas, salir de ahí. Para eso fui llamada.”  -comentó- 

Hasta este punto, Lucila pensó que ya todo había quedado atrás, saldado; ella regularmente visitaba a su mamá en la cárcel; y estaba convencida que la había perdonado; sin embargo, a finales de 2019, su madre sale de prisión, es ahí donde inicia el camino más escabroso y complejo para ese punto de la vida de Lucila: el perdón. 

A pesar de ayudar con las heridas de otras mujeres, Lucy tenía dentro suyo sus propias cicatrices, la herida que se creía limpia, desinfectada y suturada se reabrió cuando a manera de enseñanza o de un chiste muy amargo parte de Dios, convivió de nuevo con su mamá en 2020, ahora con su hija y madre en el mismo lugar, bajo el mismo techo. Cabe resaltar que su madre salió de prisión siendo otra mujer, una mujer transformada, arrepentida y dispuesta a enmendar sus errores; pero con secuelas que deja la cárcel, como la necesidad de defenderse siempre o de los gritos como estilo de vida. Dichas secuelas afectaron la convivencia en el hogar que Lucy había construido, y cuando veía a su mamá corregir en forma áspera a Luciana, la armadura que Lucy usaba para protegerse la vestía ahora para cuidar a su hija; en Luciana se vio Lucila de niña, sintió dolor y se dio cuenta que no había sanado. Indignada por la situación e impulsada por la firme convicción de arreglar las cosas con su mamá, ambas tienen una conversación en la que Lucy le comentó su madre que la manera de vivir había cambiado, que el sol se había puesto ya sobre aquellos días en los que los gritos eran parte habitual del hogar. Frente a esto, la madre de Lucy reconoció su falta y mejoró su actitud.

“En mi camino de ser líder de belleza en mi propia academia, fui a entrenamientos de liderazgo, terapias con psicólogos y leí muchos libros de autoayuda; todo eso me ayudó alivianar el dolor y a adquirir conocimientos; pero nunca me llevó a superarlo todo. Solo pude superar todo y verdaderamente perdonar, cuando me enfrenté nuevamente a la realidad de vivir con mi mamá y acudir a Dios. Él fue quien me sanó para poder perdonar de corazón” -afirmó- 

Luego de la distancia, la cárcel y el camino recorrido; Lucila solo pudo perdonar a su madre cuando, como ella misma cuenta, tuvo su encuentro con Dios, y luego, viviendo juntas en la misma casa, el momento en el que el corazón de madre e hija se ven el uno al otro luego de tener tantos muros entre sí. Cuando Lucy se entera que su madre fue abusada, maltratada física y psicológicamente, su perspectiva de ella cambió, viéndola ahora como una persona que también llevaba sus propias heridas y que había logrado arrepentirse y cambiar, fue ahí donde la perdonó, encontrando aquellos restos de su identidad perdida en el perdón y el amor de su madre. En la actualidad, siguen viviendo juntas y tienen una sólida y bella relación. Sobre aquel hombre que en su niñez la vulneró, Lucy no volvió a saber. “Yo solo escuché que el salió de la cárcel, pero mas nada, y mejor así, si bien pude perdonar todo, no quiero ni me interesa saber mas nada de su vida, él se quedó atrás junto con mis heridas”. – señaló Lucila, con mirada esperanzadora- 

Lucila Yepes en su peluquería. // Foto: cortesía.

Lucila nos muestra el poder de las segundas oportunidades, la importancia de la resiliencia y el permitirnos ser restaurados, demuestra cómo se convierte el dolor en fuerza y como las circunstancias, por difíciles que parezcan, no pueden acabar con los sueños. Ella sonríe al futuro, mira el pasado con gratitud, y camina confiada en la fortaleza inmensa que radica en su ser. Lucila, “Luz” significa su nombre, fue aquella antorcha que no se dejó apagar. Ella no se quedó con la etiqueta de “víctima”, decidió ser una mujer libre, estilista por vocación, líder apasionada y portadora de una historia admirable, de perdón y superación. 

 

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