Ramiro Blanco Mina, hombre de tez negra, con la piel un poco manchada por el sol y las manos marcadas por años de lucha, es un ejemplo vivo de resiliencia, perseverancia o en palabras castizas; de berraquera. Nació hace 68 años en Buenaventura, Valle del Cauca, viendo la bahía de Buenaventura de día, de tarde y de noche, paisaje que además de darle el sustento a su familia, forjó su identidad.
En su niñez, a Ramiro los días le parecían cortos, a pesar de ver todos los días lo mismo y lo mismo. Cuando su padre iba a pescar, Ramiro, de unos escasos 6 años en esa época, lo ayudaba a empujar la canoa mar adentro, a la vez que también corría, se revolcaba en la arena y jugaba fútbol en la orilla de la playa. Mientras, su madre lo dejaba ser libre, solo le decía “mucho cuidado, vos sabes que no te puedes juntar con niños más grandes que tú”.
El detestable conflicto armado hizo mella en su hogar

Sin embargo, ese día a día en el que creció y que le parecía corto, cambió inesperadamente a raíz del conflicto armado. Los Blanco Mina fueron una de las tantas familias desplazadas por la problemática de violencia que durante décadas ha azotado al país. Y pese a tanta incertidumbre, su otro lugar en el mundo lo encontraron a más de 1.000 kilómetros de distancia, en el corregimiento de Arroyo Grande, adscrito a Cartagena de Indias, Bolívar.
Lo que encontraron fue un lugar igual de humilde al que estaban acostumbrados en el Valle del Cauca. Casas de madera, bajas, calles de arena, y un dato no menor: la vida también giraba alrededor del agua, aunque dice el mismo Ramiro que parecía un mar distinto. “Al principio fue duro, yo tenía unos 19 años y llegué a un lugar donde no conocía a nadie, donde la gente tenía otras costumbres y donde no tenía el mar al frente de mi casa”, confiesa sentado en la terraza de su hogar remodelado.
La pesca, su sustento y estilo de vida

Con determinación y en “un mar diferente” al de Buenaventura, Ramiro encontró en el mar su razón de ser. El hombre no pudo estudiar una carrera técnica ni profesional, solo cursó hasta noveno grado de bachillerato, pero eso no fue impedimento para trabajar y buscar el sustento de su familia, ya que se convirtió en pescador. “La guerra me sacó del mar que me vio nacer y decidí ser pescador para honrar a mi papá, porque eso fue lo que nos ayudó a crecer y a salir adelante”, recuerda con nostalgia, mientras organiza la pesca del día sobre un mesón blanco en un cuarto con una temperatura que supera los 34°C.
Con otros pescadores de la zona fundó la Asociación de Pescadores, ASOPESCAR, organización que llamó la atención de la Secretaría de Participación y Desarrollo Social de la Alcaldía de Cartagena para ser beneficiada en el proyecto “Echa Pa´Lante”. El colectivo, que cuenta actualmente con 20 hombres y 5 mujeres, recibió equipos de refrigeración, material para pescar y capacitaciones, entre otros beneficios. Todo ello con el fin de modernizar su práctica y de abrirse un espacio en el mercado local.
Desarrollo como productor local y emprendimiento sostenible

Esas herramientas le sirvieron a Ramiro y a sus compañeros para aumentar sus ingresos, ya que ahora conservan los pescados más tiempo y los venden directamente, sin intermediarios, al consumidor final. Además, han podido establecer alianzas con otros emprendimientos beneficiarios del proyecto para crear una red de productores locales que les permitan ir en pro del desarrollo integral de la zona.
Mientras se refresca tomando una chicha de patilla, Alcira Carrascal, esposa de uno de los pescadores de la asociación y que ayuda a limpiar los peces antes de almacenarlos, se mostró agradecida por el apoyo del oriundo de Buenaventura. “Gracias al Sr. Ramiro y al Sr. Emil tenemos esto, ellos pelearon por esa ayuda que nos dieron. Le doy gracias a Dios, a la Alcaldía, y a todos los que nos ayudaron a crecer y que se preocupan por traer beneficios a esta comunidad. Esta ayuda nos revivió las ganas de seguir ayudando a nuestros esposos en su trabajo, no tenemos como pagarles por todo esto”, aseguró.
Otra ocupación, pero ninguna como la de ser pescador

“Aunque es lo que más me gusta hacer, yo no soy pescador solamente. También trabajo en una finca cercana y hago de todo, arreglo el techo, riego y siembro plantas, palos de frutas, pinto, arreglo las plumas…”, cuenta Ramiro, al mismo tiempo que ayuda a sus compañeros a colgar la atarraya en unas rejas de un callejón antes de ir a pescar.
Para el mismo Ramiro, su afirmación podría ser lo que es para los periodistas aquella frase célebre que Gabriel García Márquez dijo ante la 52 ª Asamblea de la Sociedad Interamericana de Prensa el 7 de octubre de 1996: “el periodismo es el mejor oficio del mundo”. Y es que él se siente orgulloso de lo que es, de lo que hace y de lo que ha conseguido de la mano de la pesca y en la asociación.